Para los neoyorquinos
que vivieron el 11-S y las personas que perdieron un ser querido, será
más un lugar de peregrinación que un museo. Para el que lo vivió desde
la distancia, será una oportunidad para estar más cerca de lo que vio
por televisión. En los dos casos, pretende ser un punto para la
reflexión. Está a la vez concebido para adaptarse a los acontecimientos
actuales, para que los que nazcan hoy entiendan qué pasó ese día a
través de la vida de los que murieron y los que salieron en su auxilio y
explicarles las consecuencias.
El pabellón que da
entrada al museo está situado entre las dos cascadas artificiales en el
espacio que ocupaban las Torres Gemelas, junto a la estación diseñada por el Santiago Calatrava.
Es una estructura de aluminio y cristal obra del noruego Snoetta. Las
dos muestras de las que consta transcurren bajo las dos cascadas en el
parque memorial, a unos 20 metros bajo tierra, equivalente a bajar unas
siete plantas. La plaza hace de techo y el granito que da sustento a los
altos edificios de Manhattan de suelo.
Ahí comienza el
descenso. La luz del pabellón principal se va dejando atrás conforme se
avanza hacia la oscuridad de la profundidad. Todo se va presentando poco
a poco, para el que visitante vaya acostumbrándose al espacio y pueda
situarse. El primer resto con el que se encuentra el visitante es un
doble tridente de acero oxidado, un elemento estructural que daba
sustento de la fachada en la Torre Norte. En la muestra hay otra columna
que tejía el exterior del rascacielos, completamente retorcida por la
fuerza del impacto de uno de los dos aviones usados como proyectil.
Desde la rampa ya se
puede ver la dimensión del museo, de unos diez mil metros cuadrados, y
emergen algunos los objetos que fueron recuperados de entre los
escombros, como un enorme trozo de la antena que hacía de mástil en la
Torre Norte. El muro de contención que protegía el complejo del río
Hudson hace de pared. Entre la escalera mecánica y la que se puede subir
a pie está colocada la que sirvió a los servicios de emergencia y
residentes para escapar.
El espacio es por su
naturaleza confuso, por eso se intentan desde el primer momento orientar
al visitante recurriendo a su experiencia de la tragedia. Los grandes
elementos, como una ambulancia o los dos camiones del servicio de
bomberos, son los que más imponen. Pero es imaginar las historias
personales que hay detrás de los artefactos más pequeños, como las alas
que llevaba en la solapa de su chaqueta una azafata del vuelo 11 de
American Airlines, los que más impactan.
La insignia que perteneció a Betty Ong, azafata del vuelo AA11 que se estrelló contra una de las torres.
En el suelo puede verse
también la base de las columnas que dieron soporte a los dos
rascacielos. Tras 10 años de trabajo y discusiones, todavía sigue
predominando el debate sobre si el museo va a ser más un monumento a los
fallecidos o una atracción turística. Durante seis días estará abierto
las 24 horas a los familiares de las víctimas y los que vivieron
directamente los atentados. El 21 abrirá al público, a un precio de 24
dólares. Los martes por la tarde será gratis.
Todo lo que había en
las Torres Gemelas quedó comprimido tras el colapso. Algunos objetos
pudieron ser recuperados durante la excavación. Los cientos que están en
las muestras, dejan claro los responsables, no contienen ningún resto
humano que se sepa. Se estudió todo hasta el último detalle antes de
poder mostrarlos. El único sitio que no podrá visitarse es donde yacen
los restos sin identificar de las víctimas, otra de las decisiones del
proyecto que creó grandes diferencias entre las familias. Paola Berry
perdió ese día a su marido. Cree que el Museo ayudará tolerar el vacío.
Al llegar al fondo el
visitante tiene dos opciones. La muestra bajo la cascada sur pretende
recordar a las 2.983 personas que fallecieron el 11-S y en el primer ataque al garaje en 1993,
recurriendo a objetos personales, fotografías y comentarios de sus
seres queridos. La muestra en la norte cuenta la historia de ese trágico
día y lo que sigue sucediendo tras los eventos. Esta bifurcación es
otro reflejo de la emotividad y la polémica que rodeó desde el inicio a
este proyecto. Como explica Tom Hennes, responsable del diseño de la
muestra, se trata ahora de abrir el espacio la Zona Cero tras el
derrumbe.
Como explican los
responsables del proyecto, el reto ante la enorme importancia histórica y
simbolismo del evento era encontrar un equilibrio entre la experiencia
individual y colectiva. Para ello, el trabajo de composición se basó en
cuatro principios: memoria, autenticidad, escala y emoción. Y aunque se
concentra en lo que pasó en Nueva York, también hay espacios para
conmemorar las pérdidas en el Pentágono y Pensilvania. Además, trata de
mirar al futuro, para que se vaya adaptando. Será como un archivo que se
va actualizando cada día.
La caverna es quizás el
lugar más simbólico. Allí se erige la Última Columna, de unos 11
metros, repleta de fotos y mensajes de los que participaron en el
rescate. Durante toda la muestra, diseñada por el equipo de Steven
Davis, se pretende crear la sensación de enorme vacío que se sintió el
12 de septiembre de 2001, el día después de los atentados. El sonido
está muy presente en todo el recorrido. La muestra concluye con una
proyección titulada The Rise of Al Qaeda. “Hemos intentado que sea la experiencia más sensible, respetuosa e informativa posible para el visitante”, afirma Davis.
Como indicó el
exalcalde Michael Bloomberg, presidente del Museo Memorial, el espacio
“cuenta la angustiosa historia de una pérdida inimaginable” pero a la
vez relata historias de coraje y compasión que deben servir de
inspiración al visitante. Y el mensaje que se pretende lanzar a los
familiares de las víctimas y a las futuras generaciones, añadió, es que
“nunca se olvidará” a las personas que se perdió ni las lecciones que
aprendimos ese trágico día.
Joe Daniels,
responsable del Museo Memorial, insistió durante la presentación en la
importancia de que se vea la instalación como un lugar de reflexión.
“Este Museo expresará lo que aquellos que nos atacaron no entendieron,
que los vínculos que nos unen se refuerzan de la manera más
extraordinaria cuando nos enfrentamos a las circunstancias menos
imaginables”, expresó. El objetivo, como indica la directora del centro
Alice Greenwald, es “poder inspirar y cambiar la manera en la que la
gente ve el mundo”.
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